miércoles, 23 de junio de 2010

Entre aullidos y lamentos




Según San Juanka

Aquella noche no pude dormir: daba vueltas y me sobresaltaba constantemente, pero alrededor de las cinco, escuché unos aullidos – cosa poco frecuente en la zona.

Horas más tarde, cuando los vecinos iban a la avenida se topaban con un can desconocido al cual bautizarían como OSO.

Nadie supo cómo había llegado, ni el mismo vigilante quien estaba pendiente a todo lo que ocurría.

Hambre nunca pasó. Para suerte del animal, dos restaurantes cercanos le daban sus sobras – que dicho sea de paso – eran más que mi propio almuerzo.

Pasado un tiempo, todos oyeron unos aullidos lastimeros que incluso la misma alma podía oír. Al cesar el inconsolable llanto, un viejo vecino realizó el viaje sin retorno.

¡No eran buenos augurios! Cuando la pelona visita mi barrio se queda varios meses llevándose a muchos consigo.

Durante las siguientes semanas, los aullidos no paraban y por más que las personas se tapasen los oídos, Oso continuaba señalando el camino al cielo.

Nadie podía hacer nada. Siempre era una muerte en cadena, pero con la única diferencia que esta vez sabíamos la hora en que ocurriría: cuando los aullidos cesaran.

Ya acostumbrados a las muertes anunciadas, una noche – la que coincidía con la llegada de Oso – todos los perros de la zona unieron sus lamentos y aullaron descontroladamente hacia la luna. Fue un momento de tensión: nadie sabía lo que ocurriría.

A la mañana siguiente, la noticia corría en cada una de las casas de aquella urbanización: Oso había muerto.

Nunca se supo cómo, pero lo único real es que nada volvería a ser igual.

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