martes, 7 de mayo de 2013

El Oky Doky



Según San Juanka

Las manecillas del reloj tentaban las 5 de la mañana de un domingo cualquiera en donde un grupo de amigos de una olvidada zona del centro de la ciudad continuaban, desde las 21 horas del día anterior, conversando, riendo, recordando pasajes de la niñez y anécdotas recientes. Pero claro está que nadie se queda en vela hasta esas horas sin la compañía del enemigo del hígado: el alcohol.

A esas alturas, ya había pasado la cerveza – quizá un par de cajas y algo más –, pero hacía rato que la gente se había quedado sin dinero  como para otra ronda del amargo lúpulo, así que llegó la hora del cambio de bebida y compramos, en este turno, un par de rones y Kola Real transparente de tamaño familiar. Quedaba algo por resolver: el envase para la mezcla, pero el dueño de casa lo solucionó brindando una jarra de plástico con medidas desproporcionadas, pero óptimas para la ocasión: 4.5 litros de contenido.

De los seis que habíamos empezado la reunión, ninguno faltaba: estaba el negro Elmer quien se pasaba las horas editando y haciendo montajes de sus propias fotografías intentando impresionar a quienes no lo conozcan; también estaba Kento, quien gracias a sus constantes “floros” y plantadas se había ganado el apelativo de “cuento”; lógicamente, el dueño de casa y consejero del grupo, Bruno, quien “volaba” entre conversaciones; y no podemos olvidar al chato Gian y a su hermano Ernesto, más conocido como Rocco, apelativo ganado por circunstancias que narraré en otra historia. ¡Ah, claro! Me olvidaba de mí: su humilde servidor.

Desde hacía más de un rato, la combinación de cerveza y ron empezaba, como se dice vulgarmente, a “pasarme factura”. Lo bueno es que ya no me daban los “diablos azules” o el nunca deseado regreso de comida, solamente me dio la dormilona y, eventualmente, balbuceaba unas cuantas frases ininteligibles (costumbre que mantengo hasta ahora en las peores condiciones).

Al parecer, poco antes que saliera el sol se trataba temas serios ya que nadie reía y yo, en mi afán de mostrar algo de sobriedad, pretendí dar mi voto de aceptación a no sé qué tema con una simple palabra: “Ok”, que al ser pronunciada suena “okey”, pero, en ese instante, demostraba que ya no poseía control sobre mi lengua porque lo que todos oyeron fue: “Oky” y, no contento con eso, aumenté el término “Doky”, por lo que la frase completa de “aprobación” quedó plasmada como: “Oky doky”.

Todos me miraron y al unísono se oyeron las burlescas carcajadas de los presentes.

Al día siguiente, como era de esperarse, todos me decían “oky doky” y yo ni con la menor idea del porqué (en los peores estados olvido ciertos pasajes) hasta que me explicaron lo ocurrido.

Hoy en día, y hasta el final de los tiempos, al llamarme se refieren a mí como Oky,  en clara mención a la perennizada locución: “Oky Doky”.

3 comentarios:

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  2. :o no el profe escribe bonito ya! :3

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