Según San Juanka
Desde tiempos ancestrales, el hombre ha vivido en paz y
armonía con los demás seres de la naturaleza, salvo cuando algo o alguien
invade su privacidad. Esta ocasión no fue la excepción.
Todo comenzó en el tercer piso de José M. Rodríguez 1547
cuando, luego de un arduo día de quehaceres hogareños y exhaustivo trabajo,
Carlos y Mirtha disfrutaban de un té caliente y algunos panes para completar el
lonche. Nadie supo por qué, pero ese día Mirtha se acercó a la ventana y vio
una rata que se paseaba campante por la pared de la casa contigua. La doña no
se asustó, pero sí se sorprendió: hace buen tiempo que no veía a este roedor.
Debido a su destreza para escabullirse, nadie supo nada de
este animal hasta el jueves de esa misma semana en el primer piso del inmueble.
Siendo la hora avanzada y con el sueño que invitaba a dormir, Miguel y Calina
se preparaban para el tradicional beso de “sueña con los angelitos”, pero este
ósculo fue peludo – hecho que los sorprendió –, inmediatamente, ambos abrieron
los ojos y se dieron con la desagradable sorpresa de que su beso fue a dar a
los pómulos de la rata.
Su reacción no fue la de menos: luego de un enérgico y traumático
grito de la tía Calina, salieron ´disparados´ de la cama (incluido al roedor). Al
comienzo nadie se sorprendió con los alaridos ya que pensaban que se trataba de
la acostumbrada discusión semanal de estos tórtolos. Sin embargo, los tíos del
segundo y tercer piso mostraron su preocupación cuando escucharon escobazos que
iban y venían, golpetazos contra la pared y uno que otro frasco de vidrio hecho
pedazos.
Cuando todos llegaron al primer piso a ver qué pasaba, el
tío Miguel abrió la puerta y, con toda serenidad, explicó la épica batalla que tuvieron
contra la rata. Lo que nadie se explicaba es por qué la tía Calina continuaba gritándole
inconteniblemente al indefenso cadáver.
Todos suponemos que Calina creyó, en algún momento, que se
trataba del tío Miguel, razón por la cual seguía gritando a más no poder.